sábado, 10 de noviembre de 2012

Crimen real y crimen de ficción

La ficción ilumina como las antorchas. Un crimen, en cambio, siempre será algo oscuro. Puede que se detenga al culpable, se descubra su móvil, lo juzguen y lo condenen, pero siempre habrá un espacio de sombra, como el sótano de una casa inundada de sol. 

La imaginación sirve al conocimiento porque es capaz, al mismo tiempo, de ver de lejos y descender a los detalles como si quisiera explorar los átomos. La imaginación tritura lo real, lo tensa hasta romperlo, arrastra con ella deducciones repletas de axiomas intrínsecamente indemostrables.

Pero la ficción miente. Repara las grietas con imaginación, con chismes y difamaciones que inventa para que el relato avance a golpes. Nace de la mala fe como otros nacen amoratados o sin cerebro. 

La ficción, además, es estúpida. Cuando la lógica se ralentiza, salta por encima de la inteligencia como si fuera un obstáculo, la ignora, la desprecia o le propina, sin más, con toda su impertinencia, un puñetazo en la cara. 

La ficción ama los sofismas igual que ama a Gargantúa, grosero y escatólogo empedernido como su padre; a los pequeñoburgueses avaros y ávidos de Balzac; a Homais el boticario pedante y tontorrón; y a Madame Verdurin, vulgar y pretenciosa.

La ficción ama a todos estos zafios que pululan, torpes como paquidermos, por novelas magníficas; diamantes en bruto que atraviesan los siglos y dejan atónitas en sus tumbas a generaciones y generaciones que se suceden con la regularidad de las líneas de metro.


Régis Jauffret: Preámbulo a Sévère (Éditions du Seuil, 2010).
Sévère recrea un crimen real, el asesinato del banquero Edouard Stern a manos de su amante Cécile Brossard. La familia del banquero se querelló contra Jauffret por esta novela. 
La traducción de este fragmento, libérrima, es mía.

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